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Marqués de Portago: Lujo, amor y tragedia a 250 km/h

Nacido en Inglaterra, fallecido en Italia y enterrado en Francia, Alfonso Antonio Vicente Eduardo Ángel Blas Francisco de Borja Cabeza de Vaca y Leighton,  (1928 – 1957) más conocido como el Marqués de Portago, fue un aristócrata español, descendiente de Alvar Núñez Cabeza de Vaca:  explorador y descubridor  de La Florida en el siglo XVI.

De algún modo, la vida de Alfonso de Portago, conocido también como Fon,  es el producto de una serie de inquietudes sumadas a mucho tiempo libre y dinero. Una vida de las llamadas “de película”, de película probablemente de poco éxito, seguramente por cumplir en exceso con los cánones cinematográficos más clásicos. Innumerables escenas de alto riesgo,  de comedia que bordea lo absurdo,  muchas y bellas mujeres, lujo, dinero y un trágico final.

El retrato de Fon lo compone una cazadora de cuero negro, un aspecto cuidadosamente descuidado, con el pelo demasiado largo para la época, a menudo mal afeitado y un cigarrillo en los labios, alto, guapo, adinerado, dominando idiomas…  y es que estamos a mediados de los años 50, justo el momento en el que James Dean alcanza su máximo esplendor. Su imagen no pasa desapercibida en los más exclusivos clubs y restaurantes de Madrid, París, Londres o Nueva York, convirtiéndose en todo un fenómeno mediático.

De carácter rebelde, alocado, apasionado, impulsivo  muy temerario y alimentado a base de adrenalina, pilotó una pequeña avioneta , sobrevolando el Támesis y pasando bajo el puente de Londres para ganar los 500 dólares que se había apostado.

Aunque viviese 100 años no tendría tiempo para hacer todas las cosas que quiero hacer”. A principios de los 50 comenzó a destacar en la hípica especializada en las carreras de obstáculos, siendo el mejor jockey amateur en Francia entre 1950 y 1952, y logrando ser el primer español que participó en el mítico Grand National de Aintree, Liverpool, aunque no logró finalizar ninguna de las dos carreras que disputó.  Poco tiempo después Fon se plantea dejar los caballos debido a problemas de peso y la dificultad para cumplir con las rigurosas dietas que debía seguir día a día. “Hay muchas formas de perder peso, pero… estoy casado”.

Fue la elegante y peculiar presencia de Fon lo que atrajo la atención de la que sería su esposa, Carroll McDaniel,  en el lujoso restaurante Maxim´s de París, cuando él entró y pasó junto a su mesa. Instantes después Fon se volvió a ella y le dijo: “Voy a casarme contigo”. El matrimonio tuvo dos hijos, Andrea y Antonio.

Portago acostumbraba a ir a esquiar a Saint Moritz, en Suiza, donde existen unas instalaciones de bobsleigh  y  skeleton que no le pasaron inadvertidas para poner en marcha un nuevo proyecto que se podría calificar como absurdo: algo así como montar un equipo de vóley playa en Groenlandia. ¿Por qué no convencer a dos primos y a dos amigos y organizar el equipo nacional español de bobsleigh?. Así fue, Fon compra un par de deslizadores, y programa una semana de entrenamientos en Suiza, donde fueron blanco de todo tipo de bromas y risas por parte del resto de participantes debido a las constantes caídas y golpes que sufrieron los miembros del peculiar equipo español. Para sorpresa de todos, logra participar en los Juegos Olímpicos de Cortina d´Ampezzo, Italia, en 1956, obteniendo un aún más sorprendente cuarto puesto en la categoría de bobsleigh a dos.

España jamás ha vuelto a participar en esta disciplina olímpica. Portago era tremendamente popular, y no solamente por su faceta deportiva. Fon resultaba ser un hombre atractivo, joven y rico, y pese a estar casado su presencia era habitual en las fiestas que organizaba la alta sociedad. Fueron innumerables las mujeres, las cuales se volvían locas por él, e incluso tuvo un hijo fuera de su matrimonio con la supermodelo de la época: Dorian Leigh.

Su primer contacto con el mundo de la competición automovilística llegó de la mano de uno de sus mejores amigos; el piloto Nano Da Silva, el cual le influyó de manera decisiva. Y es que para las carreras de coches no era necesario cumplir con ningún tipo de dieta. Bien es cierto que Fon en un principio no sabía siquiera como cambiar las marchas en los vehículos de competición, pero no tardó en aprender, y entre los años 1954 y 1957 recorrió junto a su amigo Nano todo el mundo, participando en innumerables carreras en diferentes categorías automovilísticas: Sport, Gran Turismo y Fórmula 1. El rugido de los motores, multitud de chicas y un incomparable glamour debieron resultar tremendamente tentadores para el joven aristócrata.  Es la época dorada del automovilismo, los tiempos de los gentlemen drivers.

Bien es cierto que los inicios resultaron duros y complicados. El impulsivo y temerario  carácter de Fon le hacía cometer errores de conducción, y las salidas de pista y accidentes fueron numerosos. Aún así, no tardó mucho tiempo en ganarse el respeto de los otros pilotos; figuras de la talla de Fangio, Stirling Moss o Peter Collins. En 1957, Portago lideró la carrera organizada por el régimen de Batista en Cuba con su Ferrari Monza nº 12 por delante del Maserati del mismísimo Fangio. A última hora, un problema en el acelerador lo relegó a la tercera posición. Sin embargo  Fangio lo reconoció como el vencedor moral de la carrera y afirmó que Portago contaba con el potencial necesario para proclamarse campeón mundial en un futuro.

La Habana, Caracas, Buenos Aires, Suecia, Francia, México, Nassau… Fon comenzó comprando sus propios coches, pilotando Maseratis,  algún Osca, pero sobretodo Ferraris. Ganó en 6 carreras de Sport, en 3 de Gran Turismo, ganó el Tour de Francia por delante de Stirling Moss, y corrió en 5 Grandes Premios de Fórmula 1 terminando segundo en uno de ellos. Su talento y su personal estilo, junto a su condición aristocrática y su creciente popularidad mediática no pasaron inadvertidas al “il Commendatore” Enzo Ferrari, quien le ofreció el puesto de piloto oficial de la prestigiosa y legendaria marca en 1956.

Habilidoso, tremendamente rápido y arriesgado, los accidentes se sucedieron en esta nueva etapa, ganándose una fama de piloto alocado en aquellos años  que se definían por su peligrosidad. Los coches de competición ya se acercaban a los 300 km/h, y el equipamiento de seguridad era mínimo, por lo que murieron un puñado de pilotos.  Portago afirmó que “El piloto suele morir en domingo por la tarde” (que es cuando generalmente se disputan las carreras).

La Mille Miglia, era probablemente la carrera más prestigiosa del calendario. Nada menos que 1600 km. por las carreteras italianas que van desde el norte del país hasta Roma. El trazado nada adaptado a la potencia de los vehículos hacía que dicha prueba no resultara del agrado de los pilotos. Portago debuta en la Mille Miglia en 1957, presionado por el propio Enzo Ferrari. En una carta remitida 4 días antes, Fon le confiesa a un amigo que ha sido forzado a participar. Y así, Portago vuelve a ser el principal foco de atención presentándose  en Italia con su última conquista, la actriz Linda Christian. Esta relación repercute en su ya deteriorado matrimonio, y su esposa Carroll se marcha a Nueva York.

12 de mayo de 1957, el Ferrari nº 531 sale de Brescia con Fon al volante y su amigo Edmund Nelson como copiloto.  Pese a no conocer el recorrido, Portago se mantiene entre los cuatro primeros puestos durante todo el recorrido, algo insólito en un piloto que debuta en tan complicada prueba . La carrera llega a Roma, y entre la multitud, Linda saluda a Fon a su paso. En ese momento Portago detiene de manera violenta el coche, y cuando Linda llegó a su lado, la abrazó, la besó mientras le dijo algo al oído. Instantes después el vehículo regresa a la competición, quedándose Linda atrás despidiéndose de él en una escena digna de cualquier película romántica. La pérdida de tiempo que todo esto supuso fue importante, pero Portago, consciente de su público, tal vez hizo este gesto de cara a la galería. O quizá un sexto sentido le habría indicado que aquel último beso era algo demasiado precioso como para despreciarlo.

A unas 2 horas del final de la prueba, se efectúa la última parada en Bolonia. Los mecánicos de Ferrari revisan rápidamente el estado del coche, y señala la barra que sujeta  la rueda delantera izquierda, la cual está rota y provoca que el neumático roce contra el chasis.  Se habían cubierto más de las tres cuartas partes de la carrera, atrás quedaban las amenazadoras montañas, y la meta estaba a unos pocos kilómetros. El neumático aguantaría. Siempre aguantaban. Así que Fon ocupó su puesto frente al volante, el tubo de escape tronó y el Ferrari nº 531 saltó de nuevo a la carretera a toda velocidad.  A la altura de Cremona ya ocupaba la tercera posición, y poco después atravesaba  Mantua como un rayo.  Las grises murallas de Guidizzollo anuncian los últimos 50 kilómetros que Portago nunca recorrió. “Si muriese mañana no por ello hubiese dejado de vivir 28 años maravillosos”, había declarado en una entrevista pocos días antes. Todo termina muy rápidamente, a unos 250 km/h, un domingo a las 4 de la tarde, el día y el momento en el que mueren los pilotos. Un final trágico que acaba con Fon,  a los 28 años de edad, su copiloto Edmund y 10 espectadores.  Nunca más volvió a celebrarse la Mille Miglia.

Esta película de romances, lujo y velocidad permanece casi oculta, y su éxito está condicionado por un trágico final que no arrastra solo a su protagonista, sino también a otros inocentes.  Con Portago se marcha un osado deportista, un rebelde, alguien diferente que nunca tuvo bastante, un símbolo.  Toda una vida pisando a fondo el  acelerador.

Jean Behra, piloto francés que fallecería también en una carrera afirmó que “Solo los que permanecen inactivos viven sin riesgo, pero ¿es que acaso no están ya muertos?”.